El voto preferente

Mientras en otras naciones del continente echan a un lado el voto preferencial o preferente, el Senado de la República acaba de votar una propuesta para establecer nuevamente ese método, como si fueran pocas las distorsiones en nuestro sistema político dominicano.

El voto preferente, asumido en principio como forma de darle mayor democratización interna a los partidos políticos, al tiempo de que intentaba empoderar a las grandes masas de votantes, ha demostrado ser todo lo contrario a la intención de sus prohijadores a mediados del siglo pasado.

Bajo la consigna de mayor participación para los electores dentro de los partidos políticos, la sociedad civil tomó como bandera de lucha el voto preferente, que comprobó en la práctica su inutilidad porque canibaliza los partidos políticos.

Esos mismos sectores que hicieron esfuerzos bien intencionados para que se impusiera el sistema del voto preferente, argumentaron que eliminaba el monopolio de la cúpula dirigente, sin darse cuenta, por otro lado, que estimula el individualismo y que pone la ventaja en manos de quién más recursos atesore.

Como bien estableciera en su editorial del viernes el director de este diario, Adriano Miguel Tejada, quien dentro de los partidos políticos no tiene un centavo ni en qué caerse muerto, tampoco tiene la posibilidad de alcanzar posiciones electivas en los ayuntamientos y las cámaras legislativas. Estamos convirtiendo a los partidos políticos donde manda quien paga.

Quien no posea plata para comprar votos en los partidos, porque en eso sigue derivado la participación del ciudadano en esas organizaciones, no podrá llegar a una posición electiva, a menos que sea incluido en la cuota que corresponde a los organismos superiores.

"¿A quién prefiere el voto preferencia?", se preguntaba Adriano. Y se respondía de la manera siguiente: "Sin duda, a quien pueda invertir más en la campaña interna primero, y luego en las elecciones. Dada esa inclinación, el voto "preferencial" deja de ser democrático. Es la prostitución del votante, que se venderá al mejor postor".

¿No es precisamente eso lo que ha ocurrido en los partidos políticos, sin que exista ese sistema? ¿Podemos nosotros seguir legislando para reproducir esas rémoras, que se ha demostrado no tienen ninguna utilidad que la de favorecer a los que más dinero acumulan en la vorágine política?

Lo que deslegitima a los partidos políticos no son las críticas ni la oposición sensata, sino acciones como ésta que están dirigidas a beneficiar el individualismo, no la participación colectiva y el genuino sentir de la gente.

Se ha visto en el quehacer partidario en otros países de América Latina que el dinero que compra adhesiones, muchas veces proviene del narcotráfico o de otras acciones ilícitas. En el pasado hemos visto cómo dueños de negocios, o lavanderías, han pretendido inscribir candidaturas para ganar posiciones electivas, como forma no solo incidir en las instituciones del Estado, sino escudarse para seguir cometiendo las mismas fechorías.

Acaso, ¿no son esos recursos de procedencia non santa los que se tiran para arriba en una contienda interna, a los fines de aplastar a otros contendientes que no los poseen?

En un país donde las instituciones (los partidos políticos no son la excepción) acusan de grandes debilidades institucionales, no tiene sentido seguir copiando leyes y mecanismos de funcionamiento de países con mayor desarrollo que el nuestro. Cada sociedad experimenta un desempeño distinto debido a que la gente y la cultura son diferentes.

La sociedad civil no puede pretender someter a la República Dominicana a formas y métodos de funcionamiento de las instituciones, elaborados para naciones con origen, crecimiento y desarrollo diferentes al nuestro. Reconozco que hay experiencias interesantes sobre el sistema político en América Latina, pero lo que se ha puesto en práctica aquí ha sido para dar ventajas a unos cuantos y permitir las imposiciones.

Hay otros mecanismos que permiten al sistema de partidos reconstruir la relación entre representantes y representados, de manera que se democratice. Si el elector tiene la posibilidad para seleccionar a los candidatos modificando la composición de las listas confeccionadas por los partidos políticos, entonces es una alternativa que permite minimizar los defectos de un sistema inútil.

Sé que hay una obligatoriedad por mandato de una Ley, pero seguir reforzando ese mecanismo lo que genera es una guerra interna en los partidos, que afecta la coherencia, la disciplina y la unidad. ¿Quién garantiza que la cuota de género no se altere en el orden de la lista?

Además, favorece la personalización, como ya he dicho, de la figura de los candidatos y le quita poder a la institucionalidad política. Los votos nulos aumentan y complejiza el proceso de votación. Son muchas las aristas que los señores legisladores no sopesaron antes de aprobar el voto preferente.
    
Escrito por Rafael Núñez
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