De traidores y la condición humana
Todo el que ingresa a la política debe hacer consciencia de que es la actividad en la que, si bien contribuye al desarrollo integral de las personas, también expone a las más misteriosas trastadas, traiciones, bajezas y es donde se revelan los más bajos instintos de la condición humana.
Lo más feo de la condición humana está tan omnipresente que en mucha gente se advierte una incapacidad, ¿o actitud displicente?, por controlar el monstruo que llevamos dentro.
Prevalece un primitivismo salvaje en muchas ocasiones, lo que se trata de justificar apelando al argumento de que la lucha por la sobrevivencia lo justifica todo. Esto choca con el otro lado de la conciencia a cada minuto. En el discurrir de la vida se nos muestra con mucha frecuencia esa parte incivilizada, aquella de la que mucha gente trata de alejarse, pero que se vuelca al exterior con la fuerza de un tornado.
El lado oscuro de la personalidad es misterioso, insondable, maléfico y reprochable. La ambición desbordada, la envidia y el rencor, por solo referirnos a tres inclinaciones humanas impuras, son amenazas cotidianas con las que luchamos minuto a minuto, cual batalla entre ejércitos, tratando de imponer valores más sanos, pero no siempre el hombre puede colocar la banderilla de la victoria, al final de la guerra.
La luz y la oscuridad viven en una batalla constante por la supremacía. Así ha sido siempre, desde los tiempos más remotos en los inicios de la civilización. En la coronación del éxito se utilizan muchos métodos, arteros unos, éticos otros; en buena parte de las situaciones que vivimos a diario, los primeros tienen que ver con un exacerbado sentido del ego; los segundos, están cimentados en principios y valores que aprendimos en el hogar, fortalecidos en nuestra educación formal.
Los instintos animales llevan al hombre a matar, a robar, a violar, a torturar y a causar dolor a su semejante, pero cuando el ser humano es víctima de la traición, recibe una de las peores estocadas por el profundo dolor que ocasiona.
A la traición se le ha buscado todo tipo de explicación. Lo que sí sabemos es que nadie estudia para traidor, nadie planifica ser traidor. Judas, el único no galileo entre los apóstoles, acusado de traicionar a Jesús, si bien se le considera como tal, pudiera ser que aquel hombre, administrador de las finanzas en el ministerio del hijo de Dios, estuviera programado para actuar en consecuencia.
Si nos dejamos guiar por el abordaje de científicos, fenomenólogos y sicoterapeutas descubrimos que entienden el tema como una cuestión de herencia familiar, un asunto que le viene a la persona de generación en generación que, aunque no queramos admitir, estamos forzados a pagar esa deuda, y no sepamos ni remotamente la identidad de quién de nuestros ancestros tomó ese crédito.
Políticos, líderes religiosos, artistas y grandes figuras públicas no han escapado del dardo de la traición. No sorprende, pues, que cada personaje público tenga su Judas, que a pesar de la cercanía, a la vez, sea su peor enemigo. No hay que buscar al traidor en la trinchera contraria, ahí nunca lo encontraremos. Está cerca, pues sale de entre el círculo íntimo, pues no es traidor quien nunca ha estado a tu lado.
Quien en la vida tiene esa condición, se vale de todas las argucias, de variados métodos y de las palabras más necias para zaherir. Quien traiciona, sin embargo, se traiciona a sí mismo porque sus "éxitos" son efímeros.
Los métodos de los traidores son tan disímiles como el pensamiento del hombre. No fue sorpresa para mí, en consecuencia, enterarme hace unas semanas de la nuevas estratagemas ideadas y puestas en práctica contra el expresidente Leonel Fernández, sin ningún tipo de efectividad.
Enemigos gratuitos internos y externos idearon el plan político que, bajo un slogan, con el que tratarían de alcanzar la cima de la victoria, intentando con ello inutilizarlo, como en aquellas circunstancias cuando dejaron como un minusválido político al fenecido doctor Joaquín Balaguer, en 1978, momento en que la voluntad del pueblo lo sacó del gobierno.
Los hombres de estatura y liderazgo saben, como supo Jesús en su momento, que las ovejas tienen que pastar con los lobos, de manera que se debe obrar como la serpiente con prudencia, y como la paloma, con sencillez.
Y si hay sanedrines mediáticos en la casa como fuera de ella, con la intención de azotar, mal decir y hacer alardes de bravuconerías, no nos sorprendamos porque estaremos los hombres y mujeres necesarios para servir de escudo a Leonel Fernández, bajo cualquier circunstancia.
Los retos los sortearemos, de manera que no nos perturban las situaciones en las que podamos vernos envueltos, la voluntad de los propósitos futuros es más fuerte que la maldad de los malvados.
Por Rafael Nunez