Lealtad y política por: Rafael Núñez
Desde que se crearon las agrupaciones políticas como tal, que diversos autores concuerdan en que su origen se sitúa entre el último tercio del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, encontramos los ejemplos de lealtades plasmados en las páginas de la historia, como también descubrimos muchos personajes que no honraron ese valor, escasísimo en el quehacer partidario .
No debe sorprender, pues, que en el terreno político, la lealtad- como la gratitud- sea un bicho raro al que debe fumigarse, como se hace con las alimañas.
El hombre o la mujer leales y agradecidos no parecen tener espacio en la política, y menos en estos tiempos.
Pensar que esas son situaciones de los tiempos modernos, no obstante, es una equivocación. El tema de la lealtad y deslealtad se repite desde hace tiempo.
El primer desleal, desde Jesucristo hasta la fecha, aparece en la Biblia. Se trata de uno de sus discípulos, de Judas Iscariote, a quien, a pesar del libro en su defensa "Judas Iscariote, el calumniado", escrito por Juan Bosch, la percepción de traidor lo ha perseguido eternamente.
No tengo la estatura intelectual ni me pasa por la mente, siquiera, contradecir a mi mentor político. Ese no es el objeto de este artículo. Lo único que puedo señalar es que se trata de un magnífico estudio de Bosch para demostrar que Judas, el único galileo entre los doce, no fue ningún traidor.Sin embargo, a pesar de la minuciosa investigación que hiciera el profesor Bosch de la vida del Iscariote, basada en documentos originales y en los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el criterio final que tiene todo hombre es de que el financista de Jesús fue un traidor. Tanto es así, que cuando una persona le va a decir traidora a otra, señala: "¡Este Judas!". No hay discusión, la percepción es más fuerte que la realidad en este caso: Judas es sinónimo de traidor.
Quiero tomar, no obstante, uno de los argumentos de defensa que usó Bosch para tratar de atacar el estigma de traidor que persigue a Judas. Tiene que ver con la motivación política que pudo haber llevado a Simón Pedro para echarle entre los pies semejante acusación al galileo. Tomo ese aspecto porque es el tema que me lleva a escribir hoy. La deslealtad, la traición y la ingratitud son antivalores que han estado presentes en la política en todos los tiempos y espacios vivenciales.
Puedo citar una gran cantidad de ejemplos de hombres sacrificados, que se sometieron a privaciones personales y familiares en pro de un ideal para sus pueblos, sin embargo pasaron momentos amargos por las deslealtades de gente de su entorno. Ha habido lo contrario, es honesto decirlo.
El propio Bosch, por ejemplo, señala en el libro "Judas Iscariote, el Calumniado" cómo León Trotsky, a pesar de haber sido uno de los principales luchadores por la revolución socialista, al lado de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), fue desterrado, perseguido, asesinado y presentado como un traidor ante los ojos de los rusos y del mundo.
La Guerra de la Restauración, un episodio histórico dominicano que reivindicó, 20 años después, el ideal libertario de los trinitarios, se puede tomar como paradigma de sacrificio, frente al entreguismo de Pedro Santana, cuyos restos yacen, nada más y nada menos, que en el Panteón Nacional, junto a héroes de la Patria. Y eso, en su momento, la política lo justificó.
Hay vidas políticas admirables en toda la historia antillana, que pueden servir de ejemplo persiguiendo un ideal o siguiendo a un líder.
Máximo Gómez es uno. No solo dio sus mejores años por la causa de la independencia cubana, sino que hasta su familia sufrió estrecheces. Su hijo, Panchito Gómez Toro, cuenta en su diario el testimonio de cómo dos de sus hermanos murieron en la Manigua debido a las precariedades para alimentarse que padecían ellos junto a las tropas mambisas.
La reciedumbre de aquellos hijos del banilejo Gómez Báez se forjó en el hogar y no pudo, ni siquiera la política en la que se involucró su padre, despojarlo de esos venerables valores.
En hechos más recientes de nuestra historia lo vivimos con el propio Bosch. El perredeísmo inconsecuente, al final de la década de los setenta, en los ochenta y noventa, lo acusó de traicionar a Caamaño. El tiempo se ha encargado de sepultar a los mentirosos con sus mentiras.
Aunque en la política tradicional, la lealtad es una mera ficha en el tablero, ésta sigue siendo un valor que nadie puede arrancarle al ser humano, pues no hay fuerza que la doblegue, ni siquiera el oro corruptor. La lealtad es un valor que viene con el hombre, que se templa como el acero con el ejemplo de nuestros padres
La lealtad y la gratitud son siamesas, caminan entrelazadas para ir forjando un hogar donde la envidia, las zancadillas, los intereses y los indignos no pueden entrar.
Lealtad es fidelidad, franqueza, nobleza, honradez, sinceridad y rectitud. La lealtad no se puede confundir con la sumisión, adoración y adulación. La lealtad da independencia de criterio con la Patria, con el partido, el líder o el amigo.
Solo se es leal si se es fiel. La lealtad viene acompañada de la sinceridad. Para ser leal hay que andar con la verdad por delante, no importa a quien le afecte. Se incurre en una deslealtad cuando a quien se sigue no le hablamos la verdad.
El filósofo californiano Josiah Royce refiere que "el compromiso personal y la acción razonada, se combinan para explicar la lealtad, con lo cual pasamos a superar nuestras propias preferencias e intereses". Mientras eso ocurre, los desleales velan por sus intereses y tratan de sacar del medio a quien consideran un obstáculo.
No debe sorprender, pues, que en el terreno político, la lealtad- como la gratitud- sea un bicho raro al que debe fumigarse, como se hace con las alimañas.
El hombre o la mujer leales y agradecidos no parecen tener espacio en la política, y menos en estos tiempos.
Pensar que esas son situaciones de los tiempos modernos, no obstante, es una equivocación. El tema de la lealtad y deslealtad se repite desde hace tiempo.
El primer desleal, desde Jesucristo hasta la fecha, aparece en la Biblia. Se trata de uno de sus discípulos, de Judas Iscariote, a quien, a pesar del libro en su defensa "Judas Iscariote, el calumniado", escrito por Juan Bosch, la percepción de traidor lo ha perseguido eternamente.
No tengo la estatura intelectual ni me pasa por la mente, siquiera, contradecir a mi mentor político. Ese no es el objeto de este artículo. Lo único que puedo señalar es que se trata de un magnífico estudio de Bosch para demostrar que Judas, el único galileo entre los doce, no fue ningún traidor.Sin embargo, a pesar de la minuciosa investigación que hiciera el profesor Bosch de la vida del Iscariote, basada en documentos originales y en los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el criterio final que tiene todo hombre es de que el financista de Jesús fue un traidor. Tanto es así, que cuando una persona le va a decir traidora a otra, señala: "¡Este Judas!". No hay discusión, la percepción es más fuerte que la realidad en este caso: Judas es sinónimo de traidor.
Quiero tomar, no obstante, uno de los argumentos de defensa que usó Bosch para tratar de atacar el estigma de traidor que persigue a Judas. Tiene que ver con la motivación política que pudo haber llevado a Simón Pedro para echarle entre los pies semejante acusación al galileo. Tomo ese aspecto porque es el tema que me lleva a escribir hoy. La deslealtad, la traición y la ingratitud son antivalores que han estado presentes en la política en todos los tiempos y espacios vivenciales.
Puedo citar una gran cantidad de ejemplos de hombres sacrificados, que se sometieron a privaciones personales y familiares en pro de un ideal para sus pueblos, sin embargo pasaron momentos amargos por las deslealtades de gente de su entorno. Ha habido lo contrario, es honesto decirlo.
El propio Bosch, por ejemplo, señala en el libro "Judas Iscariote, el Calumniado" cómo León Trotsky, a pesar de haber sido uno de los principales luchadores por la revolución socialista, al lado de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), fue desterrado, perseguido, asesinado y presentado como un traidor ante los ojos de los rusos y del mundo.
La Guerra de la Restauración, un episodio histórico dominicano que reivindicó, 20 años después, el ideal libertario de los trinitarios, se puede tomar como paradigma de sacrificio, frente al entreguismo de Pedro Santana, cuyos restos yacen, nada más y nada menos, que en el Panteón Nacional, junto a héroes de la Patria. Y eso, en su momento, la política lo justificó.
Hay vidas políticas admirables en toda la historia antillana, que pueden servir de ejemplo persiguiendo un ideal o siguiendo a un líder.
Máximo Gómez es uno. No solo dio sus mejores años por la causa de la independencia cubana, sino que hasta su familia sufrió estrecheces. Su hijo, Panchito Gómez Toro, cuenta en su diario el testimonio de cómo dos de sus hermanos murieron en la Manigua debido a las precariedades para alimentarse que padecían ellos junto a las tropas mambisas.
La reciedumbre de aquellos hijos del banilejo Gómez Báez se forjó en el hogar y no pudo, ni siquiera la política en la que se involucró su padre, despojarlo de esos venerables valores.
En hechos más recientes de nuestra historia lo vivimos con el propio Bosch. El perredeísmo inconsecuente, al final de la década de los setenta, en los ochenta y noventa, lo acusó de traicionar a Caamaño. El tiempo se ha encargado de sepultar a los mentirosos con sus mentiras.
Aunque en la política tradicional, la lealtad es una mera ficha en el tablero, ésta sigue siendo un valor que nadie puede arrancarle al ser humano, pues no hay fuerza que la doblegue, ni siquiera el oro corruptor. La lealtad es un valor que viene con el hombre, que se templa como el acero con el ejemplo de nuestros padres
La lealtad y la gratitud son siamesas, caminan entrelazadas para ir forjando un hogar donde la envidia, las zancadillas, los intereses y los indignos no pueden entrar.
Lealtad es fidelidad, franqueza, nobleza, honradez, sinceridad y rectitud. La lealtad no se puede confundir con la sumisión, adoración y adulación. La lealtad da independencia de criterio con la Patria, con el partido, el líder o el amigo.
Solo se es leal si se es fiel. La lealtad viene acompañada de la sinceridad. Para ser leal hay que andar con la verdad por delante, no importa a quien le afecte. Se incurre en una deslealtad cuando a quien se sigue no le hablamos la verdad.
El filósofo californiano Josiah Royce refiere que "el compromiso personal y la acción razonada, se combinan para explicar la lealtad, con lo cual pasamos a superar nuestras propias preferencias e intereses". Mientras eso ocurre, los desleales velan por sus intereses y tratan de sacar del medio a quien consideran un obstáculo.